Esto va dirigido a:

Todas las personas que formáis parte de este equipo/grupo/familia de seres humanos que comparten su bondad, amabilidad, buen hacer, vocación, cariño y todo aquello que se necesita en estos momentos que vienen las personas en este hospital
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Cuidados Paliativos del Hospital Vázquez Díaz

Esta carta es un agradecimiento a todas las personas que conforman el Área de Paliativos del Hospital Vázquez Díaz de Huelva, un área que es como un trozo de camino intermedio entre la vida y la muerte. En las cuatro paredes de una de las habitaciones, se aleja el mundo de las prisas, del trabajo, de los coches, de la actividad permanente y rápida de los días… allí cobra vida lo verdaderamente importante, y que es la razón de ser de las personas y que nos pone los vellos de punta y saca a flor de piel, el amor, la humanidad, la delicadeza, dulzura, la entrega, el mimo, la sonrisa…

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Estimada Familia del Área de Paliativos, Hospital Vázquez Díaz, Huelva

,El 20 de septiembre de 2022 llegué con mi hija Mª Carmen, asustada y desesperada pues le diagnosticaron 3 metástasis: pulmón, cerebro y huesos; además de otro cáncer malo de vesícula y líquido en el cerebro.

Y nos encontramos a un equipo humano, dulce y tranquilizador dispuestos/as, en todo momento, a tendernos la mano.

Gracias os damos a todos: enfermeros, celadores, auxiliares, limpiadoras, sacerdote y esas dos doctoras tan cariñosas y atentas en cada momento para suavizar los malos tragos: Julia y Resfa.

Gracias de verdad. No cambiéis nunca. Os lo dicen unos padres agradecidos de verdad.
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A cuidados paliativos, incluido el padre Juan Manuel, del Hospital Vázquez Díaz de Huelva

Qué difícil es explicar lo que no se entiende. Si hace un mes me preguntan, ¿Qué unidad médica valoras más? Hubiera respondido… Cardiología u Oncología (sin desmerecer). Pero resulta que a través de mi padre he tenido que vivir lo que son los cuidados paliativos.

¡Ay! ¡Qué ignorantes somos! Son los médicos, enfermeros y enfermeras y auxiliares de la dignidad. ¡Qué labor realizan! Y qué forma de tratarte y de compartir tu dolor, de hacer que los últimos momentos, siempre duros, como son, sean humanos, dignos.
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Al equipo de CP de Antequera (Málaga)

Soy Belén, la hija de Manuel Cabello Requena. Mi padre falleció el lunes. Era una gran persona al que la vida se lo puso un poco complicado con el fallecimiento de mi madre y después con esta dura enfermedad. Sin embargo, lo enfrentó con mucha fuerza y entera.
Una de mis mayores preocupaciones era poder acompañarlo en todo este camino y poder proporcionarle una muerte digna y sin sufrimiento. Por ello, quería agradeceros en su nombre y en el de toda la familia los cuidados que habéis proporcionado a mi padre para permitir que muriera tranquilo, en casa, rodeado de su familia y sin sufrimiento.
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A las compañeras de Cuidados Paliativos del AGS Sur de Córdoba

Gracias a vosotros por la gran labor que hacéis, sé lo que es tener un enfermo en casa, mi padre estuvo 40 años con una minusvalía, casi tetrapléjico por un tumor en la médula, el microrrelato cuenta sus últimos minutos de vida, una vida de lucha y de optimismo ante una enfermedad que le obligó a estar en casa, sin moverse, su gran mente le hizo resistir con muchísimo ánimo, algo que nos transmitió a todos los que lo conocimos.
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A la RedPAL, por la publicación de su 2º eBook

El hombre de la habitación contigua murió aquella madrugada cinco minutos después que mi padre. Lo supimos porque su hija, que llevaba tres días en la unidad de paliativos sosteniéndole la mano, lanzó un lamento tal que retumbó hasta el último tornillo del hospital. Un largo rato después, pasó por delante de nuestra habitación y nos vio sentados, uno a cada lado de la cama donde yacía mi padre.

-¿No os da vergüenza -nos dijo, señalándonos- sonreír de esa manera cuando acabáis de perder a vuestro padre?

Mi hermano y yo nos miramos. Sonreíamos tras nuestras lágrimas, sí, pero, ¿cómo explicarle a aquella mujer que este final ya lo conocíamos desde aquel diagnóstico de hacía ya catorce años? ¿Cómo explicarle lo maravillosos que habían sido aquellos años desde entonces, cuando mi padre se dedicó en cuerpo y alma a regalarnos cada día toneladas de recuerdos imborrables?

¿Cómo explicarle?

Punto y seguido

Cuando le dieron la noticia no supo que decir.

Tras un momento pareció eterno respondió. “De acuerdo. Entonces tendré que dedicarme a diseñar el final de mi vida”. Su formación arquitectónica le había brindado siempre buenas herramientas para construir su casa, su proyecto de vida, su familia y hasta su desarrollo profesional. Ahora tocaba el momento de cerrar ese plan y lo haría de la misma forma, con esa mentalidad que a los anglosajones les gusta llamar Design Thinking

Para ello recurrió a un mapa, el mapa de las relaciones de su familia, un recorrido doméstico de a quien tenía que ver, cómo y dónde. Como si de una escenografía se tratara pensó en los distintos ambientes y las personas que los ocuparían, el mejor momento del día e incluso la estación del año pues para ello tenía 10 estupendos meses donde diseñar los espacios de sus despedidas.

Diseño del final de una vida

Me ausentaba apenas unas horas. Las justas para darme una ducha, reacomodarme la sonrisa y regresar al hospital. Mientras tanto, Leo se quedaba con su padre.

El niño hacía preguntas. Muchas. Que por qué le pinchaban tanto, que cuándo saldría de allí, que cuándo llegaría su nuevo corazón. Y últimamente, que por qué si le habían crecido alas, no lo dejábamos volar. ¿Qué dices? No te han crecido alas, cariño, le contestaba yo revolviéndole el pelo. Y con eso disimulaba el nudo que tenía instalado entre la garganta y el estómago.

Hasta que una tarde regresé con mi sonrisa puesta y lo encontré parado en el alféizar. Las alas allí estaban. Extendidas, impecables, blancas.

Su padre me miró, yo asentí. Él le soltó la mano, y lo dejamos volar.

Alas blancas

“No, el anillo no; dejen que entre con él.”- insistí al enfermero antes de que se la llevaran.

No era una joya cara, dudo incluso de que el oro de su circunferencia fuera de calidad. Pero era lo único que conservaba de mi padre y sabía que le daría fuerzas para seguir. Le esperaban días de aislamiento. Un tiempo en el que sólo vería a personas escondidas en trajes de plástico.

Durante veinte días, mi madre soportó todo tipo de envites. Fiebre, ahogos, dolores. Y, tras cada crisis, el mismo gesto: una caricia al anillo. Un gesto que el enfermero me refería, a sabiendas de que era un mensaje.

Cuando volví a verla estaba consumida pero tranquila. Me pidió que me acercara. Se quitó el anillo y me lo entregó. Cerró los ojos y dejó de respirar. En su rostro una expresión vencedora. En mi mano, un anillo.

El anillo