Lo que más recuerdo de ella es el sonido de sus pasos acercándose, primero fueron pasos lentos, titubeantes, más tarde se convirtieron en un arrastrar los pies por el Centro de Salud , y finalmente en un paso y ruido de muleta al mismo tiempo , un taconeo incesante que nos delataba a todos su presencia y su mayor o menor urgencia.

No era joven, pero tampoco una anciana, aunque por el bagaje vivido pudiera serlo, su piel a pesar de la enfermedad aparecía tersa, y una mirada inteligente y triste te observaba desde lo más profundo de su alma, parecía pedir auxilio, aunque al mismo tiempo era una mirada desafiante, de alguien acostumbrada a ejercer su voluntad a cualquier precio y el coste que había tenido que pagar por ello había sido bien alto.

La primera vez que llamó a mi puerta fue para pedirme pañales, sí pañales. Le pregunté si era incontinente y me dijo que sí, pero la incontinencia que tenía no era urinaria y por tanto no se los recetaban. En esa primera visita empezó a contarme parte de su historia y desde ese momento supe que no sería una historia fácil, ni nuestra relación profesional y humana seria la habitual, ella era diferente, especial, muy singular y difícil.

Todos llevamos una mochila a nuestras espaldas donde guardamos lo que somos, de dónde venimos, nuestras experiencias, nuestra historia y la parte social de esa mochila es muy importante, en el caso de ella era fundamental, porque ha sido su situación social y familiar la que ha determinado todo el proceso.

No contaba con ningún ingreso, ni casa propia (vivía con su hija con la que mantenía una relación complicada y distante), no tenía prestación sanitaria gratuita, tenía que pagar parte de sus medicinas y no podía. Tampoco tenía buena salud con un historial previo de enolismo e ingesta de psicótropos, fumadora compulsiva y dx de cáncer previo de cérvix, colon y finalmente recto.

Con todo esto, el afrontamiento del caso fue de todo menos fácil, y creo que todos los profesionales implicados en él hemos tenido que luchar, sobre todo, con nuestro rechazo interior hacia ella al principio, para posteriormente aprender a estimarla todos y cada uno de nosotros, cada cual a su manera.

Cuesta decirlo y cuesta reconocerlo, pero era de esas personas con las que era difícil empatizar. Aun así, nunca estuvo sola y estuvimos a su lado durante todo el proceso. Nunca mejor dicho ha sido un trabajo de equipo, porque creo que ninguno de nosotros solos hubiéramos podido hacerlo. La trabajadora social se preocupó de gestionarle la asistencia farmacéutica gratuita y una pensión no contributiva, tramitarle la ley de la Dependencia, un centro primero de desintoxicación y, posteriormente, una residencia geriátrica donde actualmente está, además de servir de mediadora en sus relaciones familiares con su hija.

Su médico de familia la trató y no siempre fue fácil como paciente, y estuvo ahí en todo momento.

Su enfermera y el resto de enfermer@s y personal auxiliar del centro de salud la curamos, cuidamos, atendimos y en todo momento intentamos ayudarla a ser capaz de ser más autónoma con ella misma y su estado de salud. Al final portadora de colostomía, sondaje vesical permanente, upp anorectal y cuidados a domicilio .

En los últimos seis meses previos a escribir esto ha estado incluida en Cuidados Paliativos Domiciliarios, donde el ESCP también ha tenido un papel muy decisivo en su calidad de vida, visitándola continuamente y tratándola.

Desde mi trabajo de Enfermera Gestora de Casos he intentado desde el minuto cero hasta el último de su traslado a otra localidad y a la Residencia Geriátrica, trabajar en coordinación con todos, gestionando todos los recursos necesarios, cuando no tenía cobertura sanitaria y posteriormente cuando contaba con ella, desde proporcionarle medicamentos, asistencia, apoyo emocional, curarla (igual que mis compañeros) cuando era necesario, visitarla en numerosas ocasiones, acudir con el ESCP a verla, atenderla por teléfono prácticamente a diario, aconsejarla , asesorarla, y, en definitiva, recorrer ese camino a su lado.

En el último periodo con nosotros además habíamos encontrado a una persona que la ayudaba en casa y lo que antes era un caos se convirtió en un lugar aseado, ordenado y con olor a limpio.

En esta historia de salud, de cuidados permanentes que ha durado más de dos años, cada miembro del equipo ha contribuido con su saber y su humanidad a poner nuestra profesión una vez más al servicio de quien lo necesita: el paciente, Y yo me siento muy orgullosa de haber sido una parte de ese equipo humano.

Encarnación Siles Jaén, EGC,
Unidad de Gestión Clínica Rota

PD. La hemos llamado esta semana por teléfono, estando ya ella en la Residencia en Sanlúcar y hemos contactado con su enfermera de CP, la EGC y la médica que la atienden. Seguimos interesándonos por su estado de salud, por ella y haciéndole sentir que seguimos a su lado, continuamos el camino a su lado

PD2. Finalmente, Esperanza falleció bien atendida, sedada y en paz.