Como cada mañana desde que el calendario se tornase un ovillo deshilachado de recuerdos dentro de su mente, ella volvió a humedecerle los labios con una gasa. Era la única que conseguía, simplemente con su presencia, que la enfermedad se batiese temporalmente en retirada. El denso olor a medicación, el simple roce de sus dedos en la sábana o un mechón de pelo acariciándole involuntariamente el pecho mientras se inclinaba para manipular la vía que le mortificaba el brazo, le bastaban para saber que seguía aquí. Hacía mucho tiempo que no tenía miedo del miedo, ni del dolor al que retaba todos los días, ni siquiera de la gran oscuridad que presentía cercana. Solo le entristecía tener que renunciar a su ternura, lo único que daba sentido a una vida que se despedía… y estar con ella hasta el final, significaba despedirse del mundo con ternura.