Una tarde de manto anaranjado sobre el alba, mi abuelo me contó un secreto. Me dijo que un día sería un árbol. Las castañas que merendábamos crepitaban al fuego y vi en su reflejo que no mentía. Por entonces, mi abuelo me parecía una semilla muy humana. Trataba a las personas con voz dulcificada y en sus brazos siempre había cobijo donde sentarse a la sombra. No dijo cuándo sucedería pero a mí me gustó pensar que fue de noche, al terminar el paseo por la cañada. Que de sus pies brotaron raíces y se hundieron tímidamente en la tierra. Me gusta recordar que lo encontramos paseando y por la forma de su tronco supimos que era él al instante. Hace poco descubrimos erizos verdes sobre sus ramas. Hemos preparado la sartén, y a la tarde haremos castañas de nuevo. Porque alma que vive, que ama y sueña… siempre brota.